René Boretto Ovalle
Quizá apenas un siglo de actividad industrial pierda significación y trascendencia en países de larga historia, pero en el caso de Uruguay, haber mantenido preponderancia en un lapso superior a los cien años, justifica pensar que fue por una buena razón. Este es el caso de Fray Bentos, que, más que el nombre de una ciudad arrecostada al Río Uruguay con profundos puertos que hicieron que los europeos la eligieran para proyectos comerciales, es uno de los ejemplos de perenne permanencia en el ámbito internacional a causa del renombre de los productos que allí se elaboraban.
La Liebig Extract of Meat Company, creada en 1865 de la mano de la necesidad imperiosa de Europa de contar con carne para sus ejércitos y armadas, no pudo elegir mejor lugar para instalarse, porque aquella región del bajo Río Uruguay, era, sin dudas, el sitio ideal “por su puerto de mar en el que se puede anclar más cerca de la costa que en Montevideo”, al decir de Augusto Hoffman, uno de los ideólogos de erigir una población al lado del profundo puerto natural en las barrancas de Fray Bentos, donde decenas de veleros, queches, balandras, pailebotes y polacras esperaban, guarecidos en la amplia rada, que llegaran o salieran los productos desde la ciudad argentina de Gualeguaychú, aprovechando las naturales condiciones del lugar desde principios del 1800, cuando sobre las barrancas donde se decía que había vivido el frayle Bentos no crecían más que espinilos, algarrobos y ñandubay que explotaban unos pocos leñadores.
El químico alemán Justus von Liebig estuvo más de diez años esperando que su genial invento de un “extractum carnis” hallara la visión de alguien que encontrara no solamente el territoriio sino las condiciones adecuadas para que miles de vacas cerrilles, casi sin costo, comenzaran a ser convertidas en aquella pasta oscura que contenía el sabor, cualidades y características de la carne tan difícil de encontrar en el viejo mundo. Pero hacia 1862, entró en el panorama el ingeniero también alemán Georg Giebert, de Hamburgo, quien no dudó en imaginarse la producción en gran escala de este producto que vendría a solucionar problemas de alimentación en los ejércitos y vituallas de aventureros tan comunes a mediados del siglo XIX.
Los frágiles galpones de un pequeño saladero en las cercanías de una Villa Independencia (Fray Bentos) recién nacida en 1859, pronto alojaron las dependencias industriales donde de 10 vacas por día, pasaron a faenarse cientos y pronto miles, convocando a centenares de barcos de las más diferentes banderas trayendo materias primas y llevando la preciada mercadería hacia Europa.
El nombre FRAY BENTOS escaló de inmediato a alturas insospechadas y no tenemos dudas que, aún antes que el nombre URUGUAY, fue uno de los nombres orientales que más rápida y eficazmente se diseminó por el mundo occidental, en las etiquetas de aquellos productos que se vendían como pan caliente diciendo que su procedencia era de “nuestros establecimientos en Fray Bentos, Sudamérica”.
El nombre de Fray Bentos que se escuchaba en los puertos ingleses y belgas, no era simplemente por el comentario respecto a los cientos de cajones que arribaban en los veleros con el ansiado extracto de carne que los uruguayos convertían después de trabajar en los galpones de la lejana Liebig Company, sobre el rio Uruguay, dejando como resultado de un kilo de extracto cada treinta y dos kilos de carne vacuna. Además, Fray Bentos se estaba convirtiendo en un real sinónimo de calidad. Hasta tal punto que ni cortos ni perezos, los empresarios de la Liebig se apropiaron del nombre para sus productos. (Hoy día, en Inglaterra, consumir corned beef “Fray Bentos” es cosa de todos los hogares).
Cuando en 1895 solamente en la mente y letra de Julio Verne se podía llegar a la luna… cuando alguien puso el pie en selene, estuvo acompañado por un sabroso caldo hecho con las carnes de los vacunos que pastaban en las llanuras sudamericanas, aludiendo Verne a ese puertito de Fray Bentos donde se generaba esa revolución gastronómica.
También el nombre de FRAY BENTOS pasó de trinchera en trinchera en los horrendos años de la primera guerra mundial, donde según tres Universidades internacionales que estudiaron la forma de hablar de los soldados, mencionar ese raro nombre era lo mismo que decir que todo era excelente; que estaba bien. Decir “fri-bentos” era como después en la Segunda guerra los norteamericanos inventaron el “OK”…
Los soldados británicos que sembraron estragos en las trincheras alemanas en Cambrai, no tuvieron mejor idea que “bautizar” a uno de sus tanques con el nombre de “Fray Bentos” porque sus tripulantes se sentían en su interior como “carne enlatada de Fray Bentos”…(!)
FRAY BENTOS podía significar, para los orientales que en siglo XIX se entretenían en las luchas fraticidas cabalgando por las colinas, un puerto estratégico desde donde se recibían o enviaban pertrechos de guerra en el convulsionado Rio de la Plata. Pero también este nombre atravesaba las fronteras de los países europeos, volaba con Alock y Brown en el primer vuelo transatlántico, servía de alimento imperecedero en las húmedas selvas del centro de Africa cuando Stanley fue a buscar a Livingstone y también fue el UNICO ALIMENTO que le quedaban en las mochilas a los conquistadores cuando descubrieron al polo norte…
FRAY BENTOS también fue nombre de un destino. Tanto como miles de toneladas de productos de nuestra agropecuaria salían por el puerto del saladero, por él también ingresaban inmigrantes: hombres principalmente de Europa que se sentían atraídos por el misterioso ruido de las máquinas y de los animales mugiendo en un tropel de trabajo que congregó en el lugar inmigrantes de más de sesenta nacionalidades del mundo…
Casi ciento treinta años Fray Bentos fue sinónimo de industria, ocupando el privilegiado lugar del Uruguay donde los sueldos mensuales eran aún mayores que los que pagaba el gobierno nacional entero a sus empleados. Fue el lugar donde (no en vano) hoy día se le asigna el honroso sitial de haber sido el lugar donde nació la revolución industrial en el Río de la Plata. En 1883 la primera lamparilla eléctrica se encendió en la Liebig de Fray Bentos, aún tres años y medio antes que los candiles con grasa de potro y las velas fueran desplazadas por este invento en la misma Montevideo…
Y después de 1924, la ANGLO DEL URUGUAY continuó resaltando este nombre con la gigantesca producción que llegó a gastar 200 mil toneladas de carbón de piedra en una década para dar energía a la maquinaria industrial, a la vez que se sobrepasaba el millón de animales faenados destinados a la exportación !
Cinco mil obreros -más de una tercera parte de la pequeña ciudad litoraleña de aquel entonces- entonaban un glorioso himno al trabajo, marcando un hito renombrado de la industria nacional. Baste leer un periódico de abril de 1943, cuando dieciséis millones de latas de corned beef salieron ese mes por el puerto del frigorífico, justificando, sin duda, que las negras moles de los submarinos nazis acecharan a los barcos que llevaban tan tremenda contribución a los aliados en la segunda Guerra Mundial.
Y hoy día, cuando la gigantesca chimenea de la futura fábrica de pasta de celulosa de UPM se eleva sobre el horizonte esteño de Fray Bentos, recordamos aquella señera figura de la otra chimenea, la del horizonte del oeste, que en 2006 cumplió su centenariio, donde el salir humo era señal no de contaminación sino de trabajo y donde el olor al “guano” desparramándose impune por las callejuelas de la Villa Independencia, era una señal de que miles de nuestras gentes estaban disfrutando del sagrado ritual del trabajo….